Mario abrió la puerta de casa con el hombro, cargando la mochila y el cansancio del día en la oficina. Había sido una jornada interminable —reuniones, informes sin fin y ese cliente que nunca se conformaba— y solo quería un vaso de agua fría y sentarse a descansar un rato antes de preparar la cena.
Pero lo que vio al cruzar el umbral no fue lo que esperaba.
En el centro de la sala, sobre un caballo de juguete rojo con ruedas que había pertenecido a su hijo hace años, estaba su esposa, Elena. Se balanceaba con entusiasmo, moviendo las manos como si agarrara riendas, y gritaba a todo pulmón: “¡Yee-haw! ¡Vamos, Relámpago! ¡Ganamos la carrera!” Su pelo, que normalmente llevaba recogido con seriedad, estaba suelto y desordenado, y tenía una sonrisa tan amplia y desinhibida que Mario se quedó paralizado. Además, todo el suelo estaba cubierto de papel de regalo desgarrado: los juguetes que habían comprado para Navidad estaban todos abiertos, tirados por doquier, como si alguien hubiera tenido una euforia imparable.
Mario: Elena, amor, ¿qué pasa aquí?” preguntó, aún en la puerta.
Ella se detuvo, miró a Mario con ojos brillantes y respondió con una voz más alta y juguetona de lo normal: “
Elena : ¡Papi llegó! ¡Ven, ven! Acabo de abrir el tren de juguete y hace ‘chuf-chuf’!”
Mario frunció el ceño. Esa forma de hablar, esa energía... no era de Elena. Era más bien como la de su hijo, Lucas, de 10 años. Justo en ese momento, escuchó un sonido desde la cocina: el tintineo de tazas de porcelana.
Se acercó con cautela y miró por la puerta. Allí, sentado en la mesa pequeña, tomaba té con una postura erguida y seria, Lucas. Pero no era el Lucas que conocía. Llevaba una blusa de Elena, ajustada a su cuerpo más pequeño, y tomaba el tazón con las dos manos como si fuera una dama en un salón de té. Cuando vio a Mario, levantó la mirada con una expresión calmada y respetuosa.
Lucas : Buenas tardes, Mario”, dijo con la voz de Elena, clara y medida. “Lamento el desorden en la sala. Nuestro hijo. bueno, yo, ahora. se emocionó mucho al ver los regalos. He estado tratando de explicarle que hay que ordenar después, pero es complicado cuando tienes estas piernas tan cortas y ganas de correr por todo lado.”
Mario se sentó en una silla, sin poder creerlo. Los ojos se le llenaron de lágrimas de la sorpresa y la confusión.
Mario : ¿Lucas? ¿Es tú, mi amor?”
El niño que era realmente Elena asintió con ternura.
Lucas : Sí, cariño. No lo entiendo tampoco. Me desperté esta mañana en la cama de Lucas, con sus ropas y su altura. Y cuando fui a buscarlo, lo encontré en nuestra habitación, con mi cuerpo y actuando como si fuera un niño de 10 años. He intentado llamar a un médico, pero todo el mundo piensa que estoy loca... o que es una broma de Navidad muy extraña.”
En ese momento, Elena en el cuerpo de Lucas entró en la cocina saltando, con el tren de juguete en la mano.
Elena : ¡Mamá! ¡Papi! ¿Quieren jugar conmigo? El tren va a la Nochebuena!” Se detuvo al ver la cara seria de su esposo y bajó la mirada. “¿Estás triste, papi? Lo siento si desordené. Pero era tan bonito todo...”
Mario se levantó, se acercó a él y le dio un abrazo. A pesar del cuerpo pequeño, sentía el aroma familiar de Elena, el mismo que había amanecido con él durante 15 años.
Mario : No, mi amor, no estás triste. Solo... es un poco difícil de entender. Pero tú eres tú, sea cual sea el cuerpo que tengas.”
Elena en el cuerpo de Lucas se acercó también y puso una mano en el hombro de Mario.
Lucas : Lo sabemos. Y seguro que encontramos la forma de arreglarlo. Mientras tanto, tal vez deberíamos aceptarlo. Por lo menos, hoy podemos pasar una Navidad diferente. Yo he estado pensando en cocinar lo que a Lucas le gusta tacos con queso y pastel de chocolate y él... bueno, él quiere jugar a construir un castillo con los bloques.”
Mario miró a los dos, a su esposa en el cuerpo de su hijo y a su hijo en el cuerpo de su esposa, y sonrió a pesar de todo. Tal vez no era la Navidad que esperaba, pero era la suya. Y en el fondo, lo único que importaba era que estaban juntos.
Mario : Vamos a construir ese castillo. Y luego cocinamos tacos. Pero de acuerdo en una cosa: después de jugar, ordenamos todo el papel de regalo
Elena —en el cuerpo de Lucas— saltó de alegría.
Elena. : Claro, papi! ¡Yo ordeno todo! ¡Y luego jugamos a los caballos otra vez!”
Y mientras el sol se ponía por la ventana de la cocina, llenando la habitación de luz cálida, Mario pensó que tal vez debería irse
Mientras Elena y Marcos trataban de mantener la calma por bien su hijo Lucas estaba jugando imaginando que él cabello era de verdad
Lo que ellos no sabían era que esté cambió había sido debido a la magia krampus que solo quería armar desastre en una familia feliz


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