Os traigo el capítulo dos de Al Diablo Con El Diablo. Espero que lo disfrutéis.
Capítulo dos
Día libre
Katherine Bennett
Me quedo mirando
mi reflejo durante lo que parece una eternidad, estupefacto.
No hay ni rastro
de mi antiguo yo. En su lugar está el rostro de mi hija de quince años, Kate.
Es su boca con labios carnosos, su nariz respingona, sus pómulos pronunciados y
sus ojos azules. Todo ello enmarcado por una enmarañada melena negra que cuelga
lacia a ambos lados de la cara.
—¿Qué ha
pasado?—pregunto respirando con dificultad—. Esto no puede ser real. Me estoy
volviendo loco, seguro.
Como si se
tratara del universo queriendo hacerme la contra y obligarme a aceptar algo
desagradable, la puerta del cuarto de baño se abre y mi cuerpo entra con un
gesto contrito. Una mezcla de histeria y repugnancia.
Sé que Kate está
en mi cuerpo mucho antes de que abra la boca.
—¿Qué me has
hecho, papa?—pregunta—. ¿Se puede saber cómo has hecho algo así? ¿No era suficiente
castigo ser tu hija, ahora también tengo que ser tú?
Me quedo
estupefacto. ¿Es que no le afecta el hecho de estar en otro cuerpo? ¿Acaso soy
yo el único que está consternado?
Abro la boca
para contestar cuando por fin encuentro la voz que había perdido, pero la
cierro de inmediato. No puedo decirle que el diablo se me apareció anoche en
sueños para cambiarnos de cuerpo. Me tomaría por loco y no acabaría bien.
—¿Y bien?—vuelve
a preguntar histérica—. Respóndeme, papá. ¿Cómo has hecho esto?
—No…No he hecho
nada—tartamudeo—. Yo también me he despertado así.
—Papá…—hace una
pausa, como si estuviera buscando las palabras adecuadas. Cuando al fin parece
que las encuentra, habla con voz pausada—. Acabo de despertarme en el viejo
cuerpo de mi padre, con mi madre durmiendo desnuda a mi lado y mi padre está en
mi cuerpo—me mira con fijeza antes de continuar—. ¿Me estás diciendo que no
sabes cómo hemos acabado así?
Asiento.
—Exacto—miento.
Nunca me ha
gustado mentir, pero en esta situación no veo más remedio.
Kate comienza a
jadear mientras me mira. Está empezando a entrar en pánico.
—E imagino que
tampoco sabrás cómo volver a la normalidad.
Niego con la
cabeza despacio.
Ha hablado
despacio y con voz calmada, en una aparente tranquilidad, pero los ojos delatan
el temor que va creciendo poco a poco en su interior.
De pronto caigo
en la cuenta de algo.
—Oh, mierda.
—¿Qué? ¿Qué
pasa?—pregunta.
—Hoy es
viernes—digo—. Tú tienes clases y yo tengo que ir a trabajar.
Abre los ojos de
par en par, como si acabara de decir la locura más grande que jamás ha oído.
—Ni lo
sueñes—suelta—. No vas a ir a mis clases y a hacerte pasar por mí con mis
amigos. Y yo no pienso ir a tu trabajo.
—¿Y qué sugieres
entonces?—inquiero.
Ella lo piensa
un momento.
—Vamos a
contárselo a mamá—dice tras unos segundos—. Ella sabrá que hacer.
Niego con la
cabeza enérgicamente.
—De eso nada. Tu
madre no puede saber nada de esto.
—¿Y qué
pretendes, que me haga pasar por ti con ella?
—Hasta que
averigüemos qué ha pasado, si—le respondo.
—¿Y si quiere…
ya sabes?
Suspiro.
—En ese caso ya
veremos cómo solucionarlo.
Me mira
horrorizada. Está claro que no le gusta la idea de que su propia madre se le
insinúe.
—¿Qué vamos a
hacer?—pregunta Kate tras un rato de silencio.
Llevo media hora
rebanándome los sesos para encontrar una solución a esto, o al menos para no
delatarnos ante el resto de la familia, pero no veo nada que pueda ayudarnos.
Solo se me ocurre que finjamos ser el otro, pero eso no puede durar para
siempre.
—No lo
sé—respondo abatido.
Unos golpecitos
en la puerta del baño me sacan de mis pensamientos.
—Cariño, ¿eres
tú?—la voz de Grace, mi mujer, llega amortiguada por la puerta de madera
blanca.
Kate se pone
nerviosa en mi cuerpo. Alzo las manos para decirle mediante gestos que se
tranquilice y conteste como si fuera yo.
—S-Sí, soy yo.
Estoy hablando con Kate.
La puerta se
abre y Grace nos sonríe a ambos.
—¿Qué hacéis
aquí los dos?
—Le estaba…
pidiendo disculpas—contesta Kate en mi cuerpo antes de que yo pueda
reaccionar—. Por lo de anoche.
Grace se queda
perpleja. Me mira esperando una respuesta a algo tan insólito. Sabe
perfectamente que yo nunca le pediría disculpas a mi hija por algo semejante,
por hacer lo mejor para ella. No puedo hacer otra cosa más que sonreírle.
—Está
bien—concede Grace—. Pero los dos deberíais ir arreglándoos. Vais a llegar
tarde al trabajo y la escuela.
—No—dice Kate
rápidamente—. Hemos decidido pasar de las obligaciones hoy y pasar el día
juntos… reforzando nuestra relación padre hija.
Grace ya no sabe
que decir, está muy claro que sabe que ese comportamiento no es normal en mí.
Por una vez,
decido hacer algo nuevo para variar y apoyar la excusa de mi hija. Me acerco a
mi cuerpo y le rodeo el brazo con mis nuevos brazos.
—Es verdad,
mamá—le digo a mi esposa—. Vamos a pasar el día juntos.
Sonrío con
nerviosismo mientras Grace balancea la mirada de uno a otro.
—Está bien—dice
por fin—. Pero cuando vuelva quiero que todo esté igual que al irme, sin
rastros de sangre ni muebles rotos, ¿entendido?
Los dos
asentimos. Nos mira con una expresión que deja claro que no se cree ni una
palabra de lo que le hemos dicho, pero al final asiente seriamente.
—Muy bien, pues
yo me voy. Ya sabéis lo que os he dicho.
Me saca la
lengua con gesto infantil, creyendo que soy Kate, luego se acerca a mi cuerpo y
le planta un beso en los labios antes de salir por la puerta del baño.
Cuando
escuchamos la puerta principal de la casa abrirse y cerrarse en señal de que
Grace ya se ha marchado, Kate gira el rostro hacia mí con los ojos como platos.
—Me ha besado…
Salgo del baño
antes de que pueda decir nada más y me dirijo a mi habitación, con Kate en mi
cuerpo pisándome los talones.
Llego a mi
habitación y comienzo a rebuscar en el armario entre mi ropa.
—¿Qué vas a
hacer?—pregunta Kate entrando en la habitación y cerrando la puerta.
—Vestirme, claro
está. Quiero dar una vuelta, me agobio aquí dentro.
—Ah, no, de eso
nada.
—¿Perdón?
—No vas a
ponerle esa ropa cochambrosa tuya a mi cuerpo—asegura—. Si vamos a hacernos
pasar el uno por el otro vas a llevar mi ropa, ¿está claro?
La miro con
furia. No me gusta nada que me hable con ese tono, pero si quiero que me
obedezca y se haga pasar por mí para no delatarnos, yo también tendré que hacer
concesiones.
Asiento para
mostrar mi conformidad, pero dejando ver un dejo de disgusto.
Kate sale
corriendo de la habitación y yo me siento en la cama a esperarla. Grace ya ha
hecho la cama y ha ordenado un poco la habitación, lo que hace que me sienta
aún peor por no prestarle la atención que se merece.
Kate reaparece
unos momentos después en mi cuerpo, con un montón de su ropa cargada en los
brazos.
Cierra la puerta
con el pie y tira la ropa sobre la cama.
—He tenido
suerte, Rose ya se había ido a su habitación cuando he llegado—me informa
mientras va separando la ropa y colocándola sobre la cama.
Niego con la
cabeza mientras miro la ropa que ha escogido para mí. Hay desde pantalones demasiado cortos hasta minifaldas demasiado
ajustadas, pasando por tops demasiado escotados y ajustados. También ha traído
ropa interior: bragas y sujetadores diminutos que me hacen sudar con solo
verlos y pensar que tendré que ponerme eso.
Estallo en
carcajadas cuando coloca en la cama, por último, un tanga de hilo que se ve de
lo más incómodo y ridículo.
—No pienso
ponerme eso—le aseguro.
Ella me mira con
desagrado durante un momento, pero al final cede y recoge el tanga de la cama.
Se sienta en una
esquina de la cama y alza las cejas.
—Muy bien, pues
elige—exige.
Lo pienso
durante un momento mientras miro las filas de shorts y tops, todos demasiado
cortos y reveladores.
Tras unos
minutos bajo la inquisitiva mirada de mi hija en mi cuerpo, agarro la camiseta
del pijama que el cuerpo de Kate ya llevaba puesta y me la saco por la cabeza. Después
hago lo mismo con el pantalón.
—Dios… ¡Papá,
eres un cerdo!—grita Kate.
La miro con
gesto consternado.
<<¿Qué he
hecho ahora?>>, pienso.
Kate me está
mirando con asco desde su esquina de la cama, y yo me pregunto qué le pasa
durante unos segundos, hasta que me fijo en las manos… Está agarrándose la
entrepierna, y los brazos le tiemblan un poco.
Cuando lo
comprendo, me arde la cara y sé que me he sonrojado de vergüenza. Miro hacia
abajo para ver el cuerpo desnudo de mi hija. No lleva ropa interior de ningún
tipo.
—¡Es tu culpa
por no llevar nada debajo!—le recrimino—. Es la reacción natural de un hombre.
—No puedo dormir
con topa interior, es demasiado incómodo para mí—se justifica.
—¡Está bien,
está bien!
Recojo ropa al
azar de la cama y entro en mi cuarto de baño privado que comparto con mi
esposa. Dejo caer la ropa sobre el lavabo y me quedo mirándome al espejo.
Al desnudo, mi
hija es todavía más hermosa que vestida. Sus ojos grises destacan a la
perfección con su piel dorada, y sus labios carnosos atraerían hasta al más
fuerte de los hombres. La piel es suave al tacto. El cuerpo de mi hija tiene
demasiadas curvas. Una cintura diminuta en comparación con las anchas caderas,
a las que se les suman un culo grande y carnoso y unos pechos muy dotados y
redondos.
Ciertamente, mi
hija es una chica muy hermosa y atractiva, que podría hacer sombra a cualquier
modelo de hoy día.
Subo las manos
hasta mi ahora rostro y lo palpo con cuidado. Es verdaderamente suave. Las voy
bajando poco a poco por mi nuevo rostro y mi nuevo cuello hasta topar con los
pechos. Es una sensación extraña tener esos dos bultos de grasa donde antes
solo había un pectoral duro, pero no más extraña que la sensación que deja la
ausencia de mi pene.
Agarro los
pechos con ambas manos intentando abarcarlos por completo, pero es demasiado
tamaño para mis manos.
<<Las
manos de un hombre sí que podrían agarrarlas enteras, creo…>>
Ese único
pensamiento me envía una honda de calor por el cuerpo que me recorre toda la
espina dorsal de arriba abajo. Siento la humedad que empieza a formarse en mi
nueva zona íntima. Llevo las manos hasta ahí y deslizo un dedo por mi nueva
hendidura.
Una descarga de
placer desesperado me recorre por completo y me hace doblar las piernas. Caigo
al suelo de rodillas, con una mano en el lavabo y la otra aún en mi nueva
vagina, jadeando.
Intento
controlar los jadeos, pero mi mano parece que ha cobrado vida propia y se
desliza de nuevo por la vagina de mi hija.
Los espasmos se
suceden uno tras otro, haciéndome arquear la espalda por el placer.
Estoy tan
inmerso en mi nuevo descubrimiento que no me doy cuenta cuando la puerta del
cuarto de baño se abre y Kate entra con mi cuerpo corriendo. Me agarra las
manos y las separa de la vagina, sujetándomelas por encima de la cabeza.
Con nuestra
nueva situación le es muy fácil manejarme. Se sonroja mientras cierra los ojos.
Luego los abre de nuevo y aparta la mirada. Aún tengo el cuerpo de Kate completamente desnudo, y
mi cuerpo está reaccionando de forma natural a ese tipo de estímulos.
Me suelta las
manos y las piernas me fallan de nuevo, haciéndome caer. Me levanto como puedo,
temblando. Y me tapo a duras penas con el top que he cogido antes.
—¿Se puede saber
qué estabas haciendo?—me pregunta tremendamente enfadada.
Respiro con
dificultad antes de contestar.
—Creo que estaba
bastante claro—contesto con ímpetu, ofendido de nuevo por su tono. Se le
desfigura la cara de la sorpresa y me mira con rabia—. Lo siento—digo tras un
rato, ya más estable—. No quería hacerlo. Es solo que… no he podido evitarlo.
Es como si este cuerpo tuviera vida propia.
Su expresión
parece relajarse.
—Se llaman
hormonas, papá. Y si vas a hacerte pasar por mí deberías aprender a
controlarlas—dice—. ¿O quieres que te pase eso cuando estés con mis amigos?
Me quedo de
piedra. Hace un rato estaba diciendo que no quería que me hiciera pasar por
ella delante de sus amigos, pero ahora parece dar por hecho que algo así
pasará. Decido hacer otra concesión.
—De acuerdo.
Tranquila, lo controlaré.
No parece estar
muy convencida, pero al menos no sigue insistiendo.
—Lo que he
sentido…—comienzo—. ¿Es algo normal en las mujeres o es… o es solo cosa tuya?
Ella se sonroja
y mira hacia otro lado.
—No lo sé… yo
aún no…
Siento un alivio
tremendo al escuchar esas palabras. Mi hija mayor, Rose, me pidió sus primeros
preservativos a los trece años. Me alegra que Kate sea algo más responsable.
—De acuerdo—digo
para zanjar la conversación, y agarro las bragas que he cogido antes al azar.
—No—Kate me
quita la prenda de las manos y señala la ducha—. Primero date una ducha. Mi
cuerpo apesta a sudor.
No lo discuto y
entro directamente al pie de ducha. Corro la cortina para que no me esté
viendo; con su nueva condición masculina, ver a una chica atractiva ducharse no
es nada bueno.
No tardo en
escuchar la cremallera de mi pantalón desabrocharse.
<<Tienes
que estar de broma>>, pienso.
Estoy a punto de
recriminarle que no se le ocurra hacer algo así con el cuerpo de su padre, pero
entonces recuerdo lo que ella me ha pillado haciendo y cómo ha reaccionado mi
cuerpo masculino al ver el suyo, y sé que no tengo derecho a decirle nada.
Me entretengo
bajo el chorro del agua para darle tiempo. He descubierto que en este cuerpo me
encanta poner el agua muy caliente, mientras que en mi cuerpo nunca lo soporté.
—Papá…—oigo mi
débil voz que llega hasta mis nuevos oídos amortiguada por el agua de la
ducha—. Creo que necesito ayuda.
Cierro el grifo
y salgo de la ducha, enrollándome en la toalla como tantas veces he visto hacer
a mi esposa. Con la diferencia de que el pecho, el trasero y las curvas de Kate
dejan la toalla mucho más apretada que cuando lo hace Grace.
Kate tiene los
pantalones bajados y se agarra el miembro como si sujetara un palo.
No quiero ser el
que la dé de lado en esta situación y sé lo mucho que puede llegar a doler si
no se desahoga, así que le explico lo que tiene que hacer.
Cuando acabo de
explicárselo, asiente convencida y yo me visto rápidamente con la ropa que he
cogido al azar. Al final, el resultado es bastante bueno, hablando de
apariencia. Un short muy corto de color negro que enseña la mitad de las nalgas
sobre unas bragas blancas de encaje, y un top blanco que enseña el
vientre sobre un sujetador color canela que realza el busto. Como si el pecho
de Kate necesitara que lo realcen.
En definitiva,
me veo como una auténtica quinceañera súper atractiva con aspiraciones a modelo,
y eso me hace sentir muy incómodo.
Salgo del cuarto
de baño para darle más espacio a Kate para desahogarse en mi cuerpo. Después de
unos minutos que se me hacen eternos, oigo la cisterna y mi cuerpo vuelve a la
habitación. Una estúpida sonrisa asoma a mi rostro.
—Quita esa
sonrisa de mi cara. Parezco idiota—le digo.
—Lo siento—se
disculpa Kate—. Es que te deja muy relajada… o relajado.
—Bueno, da
igual, vamos. Necesito tomar el aire, y seguro que no quieres dejarme solo con
tu cuerpo.
Ella asiente y
sale por la puerta.
El aire fresco
de la brisa de verano y el agradable calentorcito que el sol deja en mi nueva
piel me relajan, pero estoy empezando a pensar que salir a pasear no ha sido
buena idea.
Entre mi nuevo
cuerpo demasiado dotado y la ropa demasiado sugerente que Kate me ha hecho
ponerme, no hay ni una sola mirada que no se gire al pasar. Las mujeres se
giran para fulminarme con los ojos cargados de envidia y los hombres de todas
las edades prácticamente babean al verme.
—Por aquí
no—dice Kate girando por una esquina contraria a la que yo iba—. Podríamos
encontrar a mis amigos y no quiero que me vean paseando con mi padre.
—Entonces… ¿Irás
a mi trabajo?—le pregunto con recelo. Yo he hecho concesiones por ella, ahora
ella debe hacer concesiones por mí.
Tras pensárselo
un momento, asiente con mi cuerpo y se le endurece la mirada. Sabe que tendrá
que hacer sacrificios mientras estemos en esta situación.
—Iré a la
biblioteca a ver que averiguo sobre lo que nos está pasando—le digo—. Tú ve a
casa. No me gusta que tu hermana se haya quedado sola toda la mañana.
Asiente y la veo
marcharse mientras pienso en que hoy, por extraño que parezca, no nos hemos
peleado ni una sola vez.
Cuando vuelvo a
casa de la biblioteca, cansado de buscar en la sección paranormal sobre diablos
y demonios que puedan cambiar cuerpos y de las miradas de los adolescentes
hormonales que deambulaban por la misma sección de la biblioteca en la que yo
estaba como si no me diera cuenta, todo está en orden.
Kate está
sentada en el sofá viendo la tele, haciendo caso omiso de Rose que está en la
cocina, como haría yo. Así que subo las escaleras sin más ante su atenta mirada
y me encierro en la habitación de Kate, como ella haría.
Sé, por mucho
que cueste admitirlo, que mi nueva vida acaba de empezar y que no será fácil.
Pero haré todo lo posible por devolvernos a la normalidad.
Pues hasta aquí.
Comentad que os ha parecido y lo que esperáis que ocurra en el siguiente capítulo, si alguien acierta podrá elegir cierto aspecto de la historia ;)
(Una pista: el día siguiente es sábado).
Gran historia continuala
ResponderBorrarBuena historia yo creo en él siguiente capítulo abra una salida familiar
ResponderBorrarNo hay mucho que comentar!!!
ResponderBorrarEsta genial la historia, sigue así!!!
Excelente!
ResponderBorrarUn ritmo lento pero es suficiente para ser bueno, espero el siguiente cap.
ResponderBorrarCuando el siguiente caap :/
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