domingo, 9 de febrero de 2020

Al Diablo Con El Diablo





Os traigo el capítulo dos de Al Diablo Con El Diablo. Espero que lo disfrutéis.



Capítulo dos
Día libre



Katherine Bennett


Me quedo mirando mi reflejo durante lo que parece una eternidad, estupefacto.
No hay ni rastro de mi antiguo yo. En su lugar está el rostro de mi hija de quince años, Kate. Es su boca con labios carnosos, su nariz respingona, sus pómulos pronunciados y sus ojos azules. Todo ello enmarcado por una enmarañada melena negra que cuelga lacia a ambos lados de la cara.
—¿Qué ha pasado?—pregunto respirando con dificultad—. Esto no puede ser real. Me estoy volviendo loco, seguro.
Como si se tratara del universo queriendo hacerme la contra y obligarme a aceptar algo desagradable, la puerta del cuarto de baño se abre y mi cuerpo entra con un gesto contrito. Una mezcla de histeria y repugnancia.
Sé que Kate está en mi cuerpo mucho antes de que abra la boca.
—¿Qué me has hecho, papa?—pregunta—. ¿Se puede saber cómo has hecho algo así? ¿No era suficiente castigo ser tu hija, ahora también tengo que ser tú?
Me quedo estupefacto. ¿Es que no le afecta el hecho de estar en otro cuerpo? ¿Acaso soy yo el único que está consternado?
Abro la boca para contestar cuando por fin encuentro la voz que había perdido, pero la cierro de inmediato. No puedo decirle que el diablo se me apareció anoche en sueños para cambiarnos de cuerpo. Me tomaría por loco y no acabaría bien.
—¿Y bien?—vuelve a preguntar histérica—. Respóndeme, papá. ¿Cómo has hecho esto?
—No…No he hecho nada—tartamudeo—. Yo también me he despertado así.
—Papá…—hace una pausa, como si estuviera buscando las palabras adecuadas. Cuando al fin parece que las encuentra, habla con voz pausada—. Acabo de despertarme en el viejo cuerpo de mi padre, con mi madre durmiendo desnuda a mi lado y mi padre está en mi cuerpo—me mira con fijeza antes de continuar—. ¿Me estás diciendo que no sabes cómo hemos acabado así?
Asiento.
—Exacto—miento.
Nunca me ha gustado mentir, pero en esta situación no veo más remedio.
Kate comienza a jadear mientras me mira. Está empezando a entrar en pánico.
—E imagino que tampoco sabrás cómo volver a la normalidad.
Niego con la cabeza despacio.
Ha hablado despacio y con voz calmada, en una aparente tranquilidad, pero los ojos delatan el temor que va creciendo poco a poco en su interior.
De pronto caigo en la cuenta de algo.
—Oh, mierda.
—¿Qué? ¿Qué pasa?—pregunta.
—Hoy es viernes—digo—. Tú tienes clases y yo tengo que ir a trabajar.
Abre los ojos de par en par, como si acabara de decir la locura más grande que jamás ha oído.
—Ni lo sueñes—suelta—. No vas a ir a mis clases y a hacerte pasar por mí con mis amigos. Y yo no pienso ir a tu trabajo.
—¿Y qué sugieres entonces?—inquiero.
Ella lo piensa un momento.
—Vamos a contárselo a mamá—dice tras unos segundos—. Ella sabrá que hacer.
Niego con la cabeza enérgicamente.
—De eso nada. Tu madre no puede saber nada de esto.
—¿Y qué pretendes, que me haga pasar por ti con ella?
—Hasta que averigüemos qué ha pasado, si—le respondo.
—¿Y si quiere… ya sabes?
Suspiro.
—En ese caso ya veremos cómo solucionarlo.
Me mira horrorizada. Está claro que no le gusta la idea de que su propia madre se le insinúe.
—¿Qué vamos a hacer?—pregunta Kate tras un rato de silencio.
Llevo media hora rebanándome los sesos para encontrar una solución a esto, o al menos para no delatarnos ante el resto de la familia, pero no veo nada que pueda ayudarnos. Solo se me ocurre que finjamos ser el otro, pero eso no puede durar para siempre.
—No lo sé—respondo abatido.
Unos golpecitos en la puerta del baño me sacan de mis pensamientos.
—Cariño, ¿eres tú?—la voz de Grace, mi mujer, llega amortiguada por la puerta de madera blanca.
Kate se pone nerviosa en mi cuerpo. Alzo las manos para decirle mediante gestos que se tranquilice y conteste como si fuera yo.
—S-Sí, soy yo. Estoy hablando con Kate.
La puerta se abre y Grace nos sonríe a ambos.

—¿Qué hacéis aquí los dos?
—Le estaba… pidiendo disculpas—contesta Kate en mi cuerpo antes de que yo pueda reaccionar—. Por lo de anoche.
Grace se queda perpleja. Me mira esperando una respuesta a algo tan insólito. Sabe perfectamente que yo nunca le pediría disculpas a mi hija por algo semejante, por hacer lo mejor para ella. No puedo hacer otra cosa más que sonreírle.
—Está bien—concede Grace—. Pero los dos deberíais ir arreglándoos. Vais a llegar tarde al trabajo y la escuela.
—No—dice Kate rápidamente—. Hemos decidido pasar de las obligaciones hoy y pasar el día juntos… reforzando nuestra relación padre hija.
Grace ya no sabe que decir, está muy claro que sabe que ese comportamiento no es normal en mí.
Por una vez, decido hacer algo nuevo para variar y apoyar la excusa de mi hija. Me acerco a mi cuerpo y le rodeo el brazo con mis nuevos brazos.
—Es verdad, mamá—le digo a mi esposa—. Vamos a pasar el día juntos.
Sonrío con nerviosismo mientras Grace balancea la mirada de uno a otro.
—Está bien—dice por fin—. Pero cuando vuelva quiero que todo esté igual que al irme, sin rastros de sangre ni muebles rotos, ¿entendido?
Los dos asentimos. Nos mira con una expresión que deja claro que no se cree ni una palabra de lo que le hemos dicho, pero al final asiente seriamente.
—Muy bien, pues yo me voy. Ya sabéis lo que os he dicho.
Me saca la lengua con gesto infantil, creyendo que soy Kate, luego se acerca a mi cuerpo y le planta un beso en los labios antes de salir por la puerta del baño.
Cuando escuchamos la puerta principal de la casa abrirse y cerrarse en señal de que Grace ya se ha marchado, Kate gira el rostro hacia mí con los ojos como platos.
—Me ha besado…
Salgo del baño antes de que pueda decir nada más y me dirijo a mi habitación, con Kate en mi cuerpo pisándome los talones.
Llego a mi habitación y comienzo a rebuscar en el armario entre mi ropa.
—¿Qué vas a hacer?—pregunta Kate entrando en la habitación y cerrando la puerta.
—Vestirme, claro está. Quiero dar una vuelta, me agobio aquí dentro.
—Ah, no, de eso nada.
—¿Perdón?
—No vas a ponerle esa ropa cochambrosa tuya a mi cuerpo—asegura—. Si vamos a hacernos pasar el uno por el otro vas a llevar mi ropa, ¿está claro?
La miro con furia. No me gusta nada que me hable con ese tono, pero si quiero que me obedezca y se haga pasar por mí para no delatarnos, yo también tendré que hacer concesiones.
Asiento para mostrar mi conformidad, pero dejando ver un dejo de disgusto.
Kate sale corriendo de la habitación y yo me siento en la cama a esperarla. Grace ya ha hecho la cama y ha ordenado un poco la habitación, lo que hace que me sienta aún peor por no prestarle la atención que se merece.
Kate reaparece unos momentos después en mi cuerpo, con un montón de su ropa cargada en los brazos.

Cierra la puerta con el pie y tira la ropa sobre la cama.
—He tenido suerte, Rose ya se había ido a su habitación cuando he llegado—me informa mientras va separando la ropa y colocándola sobre la cama.
Niego con la cabeza mientras miro la ropa que ha escogido para mí. Hay desde pantalones  demasiado cortos hasta minifaldas demasiado ajustadas, pasando por tops demasiado escotados y ajustados. También ha traído ropa interior: bragas y sujetadores diminutos que me hacen sudar con solo verlos y pensar que tendré que ponerme eso.
Estallo en carcajadas cuando coloca en la cama, por último, un tanga de hilo que se ve de lo más incómodo y ridículo.
—No pienso ponerme eso—le aseguro.
Ella me mira con desagrado durante un momento, pero al final cede y recoge el tanga de la cama.
Se sienta en una esquina de la cama y alza las cejas.
—Muy bien, pues elige—exige.
Lo pienso durante un momento mientras miro las filas de shorts y tops, todos demasiado cortos y reveladores.
Tras unos minutos bajo la inquisitiva mirada de mi hija en mi cuerpo, agarro la camiseta del pijama que el cuerpo de Kate ya llevaba puesta y me la saco por la cabeza. Después hago lo mismo con el pantalón.
—Dios… ¡Papá, eres un cerdo!—grita Kate.
La miro con gesto consternado.
<<¿Qué he hecho ahora?>>, pienso.
Kate me está mirando con asco desde su esquina de la cama, y yo me pregunto qué le pasa durante unos segundos, hasta que me fijo en las manos… Está agarrándose la entrepierna, y los brazos le tiemblan un poco.
Cuando lo comprendo, me arde la cara y sé que me he sonrojado de vergüenza. Miro hacia abajo para ver el cuerpo desnudo de mi hija. No lleva ropa interior de ningún tipo.

—¡Es tu culpa por no llevar nada debajo!—le recrimino—. Es la reacción natural de un hombre.
—No puedo dormir con topa interior, es demasiado incómodo para mí—se justifica.
—¡Está bien, está bien!
Recojo ropa al azar de la cama y entro en mi cuarto de baño privado que comparto con mi esposa. Dejo caer la ropa sobre el lavabo y me quedo mirándome al espejo.
Al desnudo, mi hija es todavía más hermosa que vestida. Sus ojos grises destacan a la perfección con su piel dorada, y sus labios carnosos atraerían hasta al más fuerte de los hombres. La piel es suave al tacto. El cuerpo de mi hija tiene demasiadas curvas. Una cintura diminuta en comparación con las anchas caderas, a las que se les suman un culo grande y carnoso y unos pechos muy dotados y redondos.
Ciertamente, mi hija es una chica muy hermosa y atractiva, que podría hacer sombra a cualquier modelo de hoy día.
Subo las manos hasta mi ahora rostro y lo palpo con cuidado. Es verdaderamente suave. Las voy bajando poco a poco por mi nuevo rostro y mi nuevo cuello hasta topar con los pechos. Es una sensación extraña tener esos dos bultos de grasa donde antes solo había un pectoral duro, pero no más extraña que la sensación que deja la ausencia de mi pene.
Agarro los pechos con ambas manos intentando abarcarlos por completo, pero es demasiado tamaño para mis manos.
<<Las manos de un hombre sí que podrían agarrarlas enteras, creo…>>
Ese único pensamiento me envía una honda de calor por el cuerpo que me recorre toda la espina dorsal de arriba abajo. Siento la humedad que empieza a formarse en mi nueva zona íntima. Llevo las manos hasta ahí y deslizo un dedo por mi nueva hendidura.
Una descarga de placer desesperado me recorre por completo y me hace doblar las piernas. Caigo al suelo de rodillas, con una mano en el lavabo y la otra aún en mi nueva vagina, jadeando.
Intento controlar los jadeos, pero mi mano parece que ha cobrado vida propia y se desliza de nuevo por la vagina de mi hija.
Los espasmos se suceden uno tras otro, haciéndome arquear la espalda por el placer.
Estoy tan inmerso en mi nuevo descubrimiento que no me doy cuenta cuando la puerta del cuarto de baño se abre y Kate entra con mi cuerpo corriendo. Me agarra las manos y las separa de la vagina, sujetándomelas por encima de la cabeza.
Con nuestra nueva situación le es muy fácil manejarme. Se sonroja mientras cierra los ojos. Luego los abre de nuevo y aparta la mirada. Aún tengo el cuerpo de Kate completamente desnudo, y mi cuerpo está reaccionando de forma natural a ese tipo de estímulos.

Me suelta las manos y las piernas me fallan de nuevo, haciéndome caer. Me levanto como puedo, temblando. Y me tapo a duras penas con el top que he cogido antes.
—¿Se puede saber qué estabas haciendo?—me pregunta tremendamente enfadada.
Respiro con dificultad antes de contestar.
—Creo que estaba bastante claro—contesto con ímpetu, ofendido de nuevo por su tono. Se le desfigura la cara de la sorpresa y me mira con rabia—. Lo siento—digo tras un rato, ya más estable—. No quería hacerlo. Es solo que… no he podido evitarlo. Es como si este cuerpo tuviera vida propia.
Su expresión parece relajarse.
—Se llaman hormonas, papá. Y si vas a hacerte pasar por mí deberías aprender a controlarlas—dice—. ¿O quieres que te pase eso cuando estés con mis amigos?
Me quedo de piedra. Hace un rato estaba diciendo que no quería que me hiciera pasar por ella delante de sus amigos, pero ahora parece dar por hecho que algo así pasará. Decido hacer otra concesión.
—De acuerdo. Tranquila, lo controlaré.
No parece estar muy convencida, pero al menos no sigue insistiendo.
—Lo que he sentido…—comienzo—. ¿Es algo normal en las mujeres o es… o es solo cosa tuya?
Ella se sonroja y mira hacia otro lado.
—No lo sé… yo aún no…
Siento un alivio tremendo al escuchar esas palabras. Mi hija mayor, Rose, me pidió sus primeros preservativos a los trece años. Me alegra que Kate sea algo más responsable.
—De acuerdo—digo para zanjar la conversación, y agarro las bragas que he cogido antes al azar.
—No—Kate me quita la prenda de las manos y señala la ducha—. Primero date una ducha. Mi cuerpo apesta a sudor.
No lo discuto y entro directamente al pie de ducha. Corro la cortina para que no me esté viendo; con su nueva condición masculina, ver a una chica atractiva ducharse no es nada bueno.
No tardo en escuchar la cremallera de mi pantalón desabrocharse.
<<Tienes que estar de broma>>, pienso.
Estoy a punto de recriminarle que no se le ocurra hacer algo así con el cuerpo de su padre, pero entonces recuerdo lo que ella me ha pillado haciendo y cómo ha reaccionado mi cuerpo masculino al ver el suyo, y sé que no tengo derecho a decirle nada.
Me entretengo bajo el chorro del agua para darle tiempo. He descubierto que en este cuerpo me encanta poner el agua muy caliente, mientras que en mi cuerpo nunca lo soporté.
—Papá…—oigo mi débil voz que llega hasta mis nuevos oídos amortiguada por el agua de la ducha—. Creo que necesito ayuda.
Cierro el grifo y salgo de la ducha, enrollándome en la toalla como tantas veces he visto hacer a mi esposa. Con la diferencia de que el pecho, el trasero y las curvas de Kate dejan la toalla mucho más apretada que cuando lo hace Grace.
Kate tiene los pantalones bajados y se agarra el miembro como si sujetara un palo.
No quiero ser el que la dé de lado en esta situación y sé lo mucho que puede llegar a doler si no se desahoga, así que le explico lo que tiene que hacer.
Cuando acabo de explicárselo, asiente convencida y yo me visto rápidamente con la ropa que he cogido al azar. Al final, el resultado es bastante bueno, hablando de apariencia. Un short muy corto de color negro que enseña la mitad de las nalgas sobre unas bragas blancas de encaje, y un top blanco que enseña el vientre sobre un sujetador color canela que realza el busto. Como si el pecho de Kate necesitara que lo realcen.
En definitiva, me veo como una auténtica quinceañera súper atractiva con aspiraciones a modelo, y eso me hace sentir muy incómodo.

Salgo del cuarto de baño para darle más espacio a Kate para desahogarse en mi cuerpo. Después de unos minutos que se me hacen eternos, oigo la cisterna y mi cuerpo vuelve a la habitación. Una estúpida sonrisa asoma a mi rostro.
—Quita esa sonrisa de mi cara. Parezco idiota—le digo.
—Lo siento—se disculpa Kate—. Es que te deja muy relajada… o relajado.
—Bueno, da igual, vamos. Necesito tomar el aire, y seguro que no quieres dejarme solo con tu cuerpo.
Ella asiente y sale por la puerta.



El aire fresco de la brisa de verano y el agradable calentorcito que el sol deja en mi nueva piel me relajan, pero estoy empezando a pensar que salir a pasear no ha sido buena idea.
Entre mi nuevo cuerpo demasiado dotado y la ropa demasiado sugerente que Kate me ha hecho ponerme, no hay ni una sola mirada que no se gire al pasar. Las mujeres se giran para fulminarme con los ojos cargados de envidia y los hombres de todas las edades prácticamente babean al verme.

—Por aquí no—dice Kate girando por una esquina contraria a la que yo iba—. Podríamos encontrar a mis amigos y no quiero que me vean paseando con mi padre.
—Entonces… ¿Irás a mi trabajo?—le pregunto con recelo. Yo he hecho concesiones por ella, ahora ella debe hacer concesiones por mí.
Tras pensárselo un momento, asiente con mi cuerpo y se le endurece la mirada. Sabe que tendrá que hacer sacrificios mientras estemos en esta situación.
—Iré a la biblioteca a ver que averiguo sobre lo que nos está pasando—le digo—. Tú ve a casa. No me gusta que tu hermana se haya quedado sola toda la mañana.
Asiente y la veo marcharse mientras pienso en que hoy, por extraño que parezca, no nos hemos peleado ni una sola vez.



Cuando vuelvo a casa de la biblioteca, cansado de buscar en la sección paranormal sobre diablos y demonios que puedan cambiar cuerpos y de las miradas de los adolescentes hormonales que deambulaban por la misma sección de la biblioteca en la que yo estaba como si no me diera cuenta, todo está en orden.
Kate está sentada en el sofá viendo la tele, haciendo caso omiso de Rose que está en la cocina, como haría yo. Así que subo las escaleras sin más ante su atenta mirada y me encierro en la habitación de Kate, como ella haría.
Sé, por mucho que cueste admitirlo, que mi nueva vida acaba de empezar y que no será fácil. Pero haré todo lo posible por devolvernos a la normalidad.




Pues hasta aquí.
Comentad que os ha parecido y lo que esperáis que ocurra en el siguiente capítulo, si alguien acierta podrá elegir cierto aspecto de la historia ;)
(Una pista: el día siguiente es sábado).

6 comentarios:

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